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Yorgos Haggi Statti ¿primer apneísta de historia?

Sucedió en julio de 1911. Si bien es cierto que el buceo a pulmón se viene practicando por parte de diferentes culturas, desde la Grecia clásica a Japón, desde tiempos inmemoriables para pescar, recolectar esponjas o perlas, la hazaña de Statti es por su minucioso registro la primera inmersión a gran profundidad de la que se tiene constancia.

La historia tiene su origen en el acorazado italiano de primera clase Regina Marguerita, un buque de 14.000 toneladas y 139 metros de largo, anclado en la bahía de Picadia, Karpathos, en el mar Egeo. Durante una fuerte tormenta el buque pierde su ancla la cual se rompe y queda sumergida a una profundidad de 77 m. Como se consideraba una desgracia que el buque regresara a puerto sin su ancla no se escatimaron recursos para recuperarla. Después de varios días de intentos sin éxito, uno de los tres buzos de la armada italiana que lo intentaron fallece, al parecer víctima de black out o síncope.

En su desesperación el capitán del Regina solicita la ayuda de un grupo de pescadores de esponjas griegos, de los que le habían hablado de sus habilidades bajo el agua. Una recompensa es ofrecida a aquel que pueda llegar hasta el ancla.


El Regina Marguerita


Varios buceadores se ofrecen pero entre ellos destaca un hombre de aspecto endeble (1,75 m - 60 Kg de peso) que afirma poder aguantar 7 minutos la respiración y ser capaz de llegar a profundidades incluso mayores de las que el ancla está sumergida. Es Yorgos Haggi Statti, natural de Sami, población de la isla de Cefalonia, 35 años de edad, casado con 4 hijos y se ofrece a recuperar el ancla a cambio de cinco libras esterlinas y su intercesión ante las autoridades locales para obtener un permiso especial para pescar con dinamita.


El capitán, escéptico al ver su aspecto, ordena a los doctores de a bordo someterlo a un reconocimiento médico. En su informe reportaron que Yorgos padecía enfisema pulmonar, una enfermedad crónica que hace que no pueda expulsar bien el aire. Le encuentran un pulso relativamente elevado, entre 80 y 90 ppm y una respiración apurada; 20 a 22 respiraciones por minuto (lo habitual es rondar las 12) junto a una capacidad vital normal. Miden su circunferencia de tórax en 92 cm, 98 cuando inspira, y 80 al exhalar, nada del otro mundo. También comprueban que es medio sordo y carece de una de las membranas timpánicas. En una prueba de contención de respiración a la que lo someten apenas llega a aguantar 40 segundos pero Yorgos dice que dentro del agua es otra cosa. Sin embargo, la recomendación del cuerpo médico es clara; Yorgos no debe bucear.

Para un hombre al que el buceo era su forma de vida, acostumbrado desde niño a las inmersiones, estas recomendaciones cayeron en saco roto y sin mayor dilación empezó su entrenamiento para llegar hasta el ancla. En un período de 4 días realizó 21 inmersiones a profundidades entre 45 y 84 metros, lo que dejó poco menos que atónitos a los doctores. Logró localizar el ancla y realizó 3 inmersiones más a 77 metros para pasar un cabo que permitiera recuperarla.


Por supuesto, en sus inmersiones no empleaba máscara ni aletas, tan sólo se ayudaba de una piedra de unos 45 Kg que llevaba sujeta en un sistema muy similar al empleado hoy en día en la modalidad no limits de la apnea deportiva.

Al final el ancla fue recuperada y los periódicos de la época se hicieron eco de la proeza. Un griego con el diablo en el cuerpo.

Años más tarde el buque entero acabaría en el fondo del mar durante la primera guerra mundial al chocar con una mina de un submarino alemán.

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