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Historias: No hay picnic en el monte Kenia

Es quizás de las historias del montañismo que más me ha impresionado por lo insólita (y anda que no abundan historias insólitas en el mundo de la montaña) pero esta es singular, pues la protagonizaron tres prisioneros de guerra, italianos concretamente. Uno de ellos, Felice Benuzzi, escribió además un libro sobre la aventura con el título de este post (aunque en España se vende bajo el título Evasión en el monte Kenia) y que se ha convertido en un clásico de la literatura de montaña. También fue adaptado al cine, con no mucho éxito y los nombres cambiados de los protagonistas, bajo el título The Ascent (el ascenso), dirigida por Donald Shebib.


Felice Benuzzi, empleado del Servicio Colonial Italiano, nacido en Viena (Austria) en 1910 y criado en Trieste, había sido durante su adolescencia y juventud un gran aficcionado al alpinismo además de espléndido deportista. En sus años universitarios destacaba como nadador. Destinado en la Abisinia ocupada por los italianos había sido capturado por los británicos al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, a principios de 1942, y trasladado a un campo de prisioneros de guerra, un POW (Prisioners of War) Concretamente al campo 354 junto al pueblo de Nanyuki, en las faldas del monte Kenia.


La vida en el campo no era muy estricta porque, en un lugar rodeado por selvas y sabanas con animales salvajes y tribus hostiles, y el territorio neutral más cercano a más de 1000 Km, las posibilidades de escaparse o ya de que laguien lo intentara eran muy remotas. La mayor tortura era el tedio y el aburrimiento. Sin embargo, había un detalle del campo que fascinó desde un principio a Benuzzi: a apenas unos kilómetros, perfectamente visible, estaba el imponente monte Kenia, la montaña más alta del país (5119 m) y la segunda de África, tan sólo superada por el Kilimanjaro. Poco a poco Benuzzi fue gestando la idea de fugarse, escalar el monte Kenia, plantar la bandera italiana en sus alturas y regresar al campo de prisioneros una vez lograda la hazaña.

Al principio quiso asesorarse con uno de sus compañeros que era experto escalador quien al escucharle quiso sacarle la idea de la cabeza. No tenía la preparación, ni el equipo, ni los víveres para emprender semjante aventura. Sin embargo, lejos de echarse atrás, pronto logró contagiar su loca idea a otros dos compañeros de presidio; Giovanni "Giuán" Balletto, un médico genovés, y Vincenzo "Enzo" Barsotti, un marinero natural de un pueblo de la Toscana. Entre los tres fueron haciéndose durante meses con las provisiones y el equipo necesarios para su empresa. Se fabricaron las suelas de las botas de escalada con materiales que lograron sacar del campo, los piolets con martillos, crampones con chatarra de un coche abandonado, cuerdas a partir de mosquiteras, ropa de abrigo con mantas cosidas...


Los tres prisioneros calcularon que debían de emplear diez días entre la subida y el descenso. Y cuando tuvieron todo preparado se fugaron del campo de prisioneros. Fue el 24 de enero de 1943, gracias a una copia que habían hecho de la llave de una de las puertas, Dejaron, eso si, una nota a los guardias anunciando su regreso en un par de semanas.

Al carecer de mapas, siguieron el curso del rio Nanyuki, cruzando selva y sabana, hasta llegar a la ladera de la montaña y debido a su desconocimiento, realizaron una de las rutas de ascenso más complicadas siguiendo la cara noroeste del monte. Con Barsotti enfermo e incapacitado, Benuzzi y Balletto tardaron dieciocho días en alcanzar la cima de Punta Lenana, el tercer pico más alto del monte (4985 m) tras retroceder el día anterior cuando estaban a apenas doscientos metros de alcanzar la cumbre del Batian, el pico más alto, debido a las condiciones meteorológicas. Los últimos días fueron muy penosos a causa de la falta de alimentos, el agotamiento y los síntomas de congelación. Benuzzi dejó en la cima una pequeña bandera italiana y una nota en el interior de un frasco con los nombres y las firmas de los tres.

El 10 de febrero regresaron al campo de prisioneros donde sus compañeros y los guardianes les recibieron con asombro. Casi nadie les creyó cuando afirmaron haber llegado a las alturas del monte Kenia. Como habían previsto, el comandante del campo les condenó a veintiocho días de incomunicación en sus celdas. Pero unos días después de su regreso, una expedición de escaladores británicos encontró la bandera italiana en la cumbre de Lenana, la fotografió y la envió a los periódicos. Presos y guardianes del campo se quedaron atónitos al ver probada la hazaña de los tres hombres. "Así que —cuenta Benuzzi en su libro— sólo cumplimos unos días de incomunicación, porque el comandante del campo supo apreciar lo que llamó nuestro “esfuerzo deportivo”.

¿Por qué se le ocurrió emprender la aventura del monte Kenia? Pues en el fondo quizás no fueran motivos tan diferentes al resto de fugas, el ansia de libertad. "La única manera de romper la monotonía de la vida es inventar y asumir riesgos"

Benuzzi, al concluir la guerra, ingresó en el cuerpo diplomático y sirvió en varios países como representante de Italia. Regresó a África y ascendió el monte Kenia en 1974. Murió en 1988, en Roma, a los setenta y ocho años de edad.


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